CAPÍTULO 2


Hoy es el día 414 de nuestra misión. Me dispongo a participar como piloto en la novena salida. A bordo de la cápsula me acompañan el especialista en permafrost Dick van Schaik y la mineralogista Annette Klempt. A las 07:30 horas activo la maniobra de despegue. Un pequeño empuje de los impulsores verticales basta para elevarnos del suelo. A continuación, tecleo el rumbo seleccionado. La travesía comienza. En la pantalla observamos la monótona topografía que sobrevolamos, captada mediante radar y transformada en imágenes tridimensionales. A través de las dos ventanillas laterales contemplamos la densa oscuridad apenas trocada en penumbra allá donde los focos inciden.

Veinte minutos más tarde nos hallamos a 79 kilómetros del campamento, en una región donde se aprecian radios oscuros sobre el terreno, y un cráter por colisión cuyo diámetro es de un centenar de metros. El meteorito que impactó allí lo hizo mucho después de que se formaran los hielos que cubren Pertrolm.

Habiendo reducido la velocidad hasta quedarnos suspendidos sobre el punto escogido para el descenso, activo dicha maniobra. Los impulsores verticales superiores empujan levemente hacia abajo a la nave, casi ingrávida merced a la baja gravedad. Cuando las cuatro patas tocan suelo, se afianzan en él mediante unos anillos dentados equipados de brocas taladradoras que se clavan en el hielo. Nuestras coordenadas son 81-32958-73464. Completado el aterrizaje junto al cráter, Dick y Annette pasan a la esclusa. Cinco minutos más tarde abandonan el vehículo imbuidos en sus trajes espaciales rígidos para actividad planetaria a baja temperatura, similares a armaduras, algo aparatosos pero excelentes al resistir golpes y arañazos que abrirían fisuras en los blandos de uso exclusivo en el vacío espacial.

No es fácil "caminar" con una atracción gravitatoria tan débil que no difiere mucho de la ingravidez. De hecho, nos desplazamos flotando, impulsados por pequeños chorros de nuestras mochilas propulsoras y ocasionales saltos. Cuando trabajamos, debemos sujetarnos de algún modo al lugar deseado.

El cráter ofrece para los estudios del subsuelo la excelente perspectiva de alcanzar una profundidad suplementaria de varios metros utilizando allí los taladros portátiles. Aunque profundidades muy superiores, de hasta 40 kilómetros, casi en el centro mismo del cometa, se lograrán con la máquina perforadora que transporta la Herschel 2, las actuales excavaciones también pueden proporcionar datos importantes.

Desde el interior del vehículo, me ocupo de tareas de apoyo.

Tres horas más tarde, mi atención es desviada hacia un descubrimiento que entusiasma a mis compañeros. A tan sólo 3,30 metros por debajo del fondo del cráter, es decir, a unos 16 de profundidad con respecto a la superficie que lo rodea, el hielo amorfo deja paso a una capa de hielo de agua hexagonal, el mismo tipo cristalino presente en la Tierra. Ello indica, entre otras cosas, que la temperatura ambiente en la que se produjo la congelación estuvo entre 0 y 120 grados bajo cero, pudiendo por tanto ser más cálida que la imperante en las zonas polares de nuestro planeta. Este valor, aceptable para el desarrollo biológico, y la posible existencia temporal de agua líquida, ingrediente primordial de la vida, sin duda reforzarán las teorías sobre las condiciones favorables para la aparición de formas vivas que algunos cometas pudieron tener en su interior en una época inmediata a su creación.

Annette y Dick han excavado hasta dejar al descubierto una superficie lo bastante amplia de la capa de hielo hexagonal como para cortar un bloque del mismo.

Después de una laboriosa operación, el bloque ha sido extraído. Lo llevaremos al campamento base para un análisis detallado que se realizará durante los próximos días. Su masa equivale a un peso de 130 kilos en la Tierra. Una parte de su superficie me recuerda a una caracola de mar. Mis colegas lo alojan en el compartimiento de carga.

Instalados conmigo a bordo, emprendemos el regreso.

Tras anclarnos en el área de aterrizaje junto a la nave nodriza, descendemos con nuestros trajes espaciales y transportamos el contenedor con nuestro trofeo al interior del hangar de las cápsulas, vaciado de éstas a nuestra llegada, y habilitado desde entonces como laboratorio. El variado instrumental ha sido desempaquetado e instalado estos días. Numerosos contenedores con muestras ya esperan ser analizados. Una parte de ellas será abandonada, mientras que otra se llevará a la Tierra para estudios de mayor profundidad.



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