ALGUNOS FRAGMENTOS
DE CAPÍTULOS POSTERIORES


Me detengo en seco al percibir una ligera fosforescencia violeta ante mí, a unos cincuenta o cien metros de distancia. Su brillo aumenta, despacio pero firme. Se estabiliza en una luminosidad algo mayor que la de una bombilla de árbol de Navidad. Siento que la luz es, en cierto modo, una entidad inteligente, y que pretende impedirme el paso, y hacer que desande mi camino, con algún fin que ignoro.


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La distancia que cubro hasta llegar a la entrada del túnel es muy inferior a la que he recorrido antes en el trayecto de ida. Esta nueva alteración aparente del Espacio-Tiempo viene a ratificar mi creencia de que los sucesos que he vivido no están sujetos a las leyes de la Física. Apenas me sorprende descubrir la entrada cambiada: no tiene el diámetro de un nicho ni su boca comienza en uno, sino que es grande como una boca de metro y ocupa toda la parte subterránea del panteón.


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No me sobresalto cuando, al mirar a mi izquierda, descubro la boca del túnel, que en esta ocasión se halla en la unidad médica de la Herschel 2. Tampoco me sorprende sentirme succionado suavemente hacia él. Podría ofrecer resistencia, pero sólo conseguiría retrasar lo inevitable, pues el poder de atracción mutuo crece sin parar. Encuentro natural volver a encauzarme en su interior, como lo es que un objeto de metal sea atraído por un imán, que un electrón gire alrededor del núcleo de un átomo, o que una partícula subatómica sea impulsada a través de un acelerador de partículas.




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Sé que los lugares por los que me lleva mi travesía no pueden ser captados con los sentidos humanos, y que mi mente se limita a fabular con percepciones sensoriales ante todo aquello que pertenece a una categoría superior.







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